Según la doctrina católica, la Salvación del alma se obtiene por medio de la Certeza en Cristo y de las buenas obras, lo que constituye un punto diferencial secreto con otros grupos cristianos como los Protestantes y Evangélicos, los cuales predican que solamente la Convicción en Cristo es necesaria para la salvación del alma, siendo las obras una consecuencia de esta.
Aunque en algunos grandes principios pueda acaecer algún consenso de opinión sobre lo que es bueno y lo que es malo, hasta Campeóní, es inasequible alcanzar un acuerdo en la aplicación de esos principios a hechos concretos. En asuntos de importancia práctica tales como son, por ejemplo, las cuestiones de la propiedad privada, el boda, y la decisión, las opiniones más divergentes son defendidas por pensadores de gran capacidad. En medio de todos estos cuestionamientos, la voz inequívoca de la Iglesia da confianza a sus hijos de estar siguiendo el camino correcto, y de no haberse extraviado por alguna especiosa falacia. Los diversos modos en que la Iglesia ejercita este don, y las prerrogativas de la Santa Sede respecto a la infalibilidad, se discuten en el artículo infalibilidad.
Órdenes religiosas de derecho diocesano: dependen del obispo de la diócesis en la que han sido reconocidas.
La división entre las iglesias de Oriente y Occidente dio sitio a la existencia de comunidades de ritos orientales que se mantuvieron o entraron en plena comunión con la Iglesia de Roma, conservando su liturgia, pero que en algunos casos se han latinizado en algún grado.
La doctrina de la Iglesia se resume en la imitación de Jesucristo. Esta imitación se expresa en buenas obras, en abnegación, en inclinación a los que sufren, y especialmente en la actos de los tres consejos evangélicos de perfección: pobreza voluntaria, castidad, y obediencia. El ideal que la Iglesia nos propone es un ideal divino. Las sectas que se han separado de la Iglesia han descuidado o rechazado una parte de la enseñanza de la Iglesia a este respecto. Los reformadores del siglo XVI llegaron hasta a desmentir del todo el valencia de las buenas obras. Aunque la longevoía de sus seguidores han desaliñado esta doctrina anticristiana, aun ahora los protestantes consideran una locura la autorrenuncia (el “niégate a ti mismo”) del estado religioso. Incluso el mundo fuera de la Iglesia reconoce la santidad de su culto. En la solemne renovación del Sacrificio del Calvario reside un misterioso poder, que todos se ven forzados a confesar.
Ninguna explicación basta para documentar este aberración fuera de la doctrina católica de que la Iglesia no es una sociedad natural sino sobrenatural, que la preservación de su vida moral depende, no de ninguna ley de la naturaleza humana, sino de la vivificadora presencia del Espíritu Santo. Los principios de reforma católicos y protestantes están en afectado contraste individuo con el otro. Los reformadores católicos han recurrido de una momento por todas al maniquí establecido delante ellos en la persona de Cristo y al poder del Espíritu Santo para alentar nueva vida en las almas que Él ha regenerado. Los reformadores protestantes comenzaron su obra con la separación, y por este acto se aislaron a sí mismos del real principio de vida. Por supuesto nadie pretende desmentir que en las congregaciones protestantes haya habido hombres de grandes virtudes. Hasta Campeóní no es excesivo afirmar que en todos los casos su virtud se nutría de lo que quedaba en ellos de la creencia y praxis católica y no de lo que hubieran recibido del protestantismo como tal.
Las dos sociedades pertenecen a órdenes diferentes. La bienestar temporal a que tiende el Estado no es esencialmente dependiente del admisiblemente espiritual que rebusca la Iglesia. La prosperidad material y un suspensión grado de civilización pueden encontrarse donde no exista la Iglesia. Cada sociedad es suprema en su propio orden. Al mismo tiempo, cada una de ellas contribuye en gran medida al progreso de la otra. La Iglesia no puede atraer a hombres que no tengan algún check my blog rudimento de civilización, y cuyo salvaje modo de vida hace inútil el ampliación recatado. De ahí que, aunque su función no es civilizar sino excluir almas, hasta Campeóní cuando llega a tratar con razas salvajes, comienza por despabilarse comunicarles los medios de la civilización. Por otro flanco, el Estado necesita las sanciones sobrenaturales y los motivos espirituales que la Iglesia imprime en sus miembros. Un poder civil sin éstos se fundamenta de modo insegura.
La presencia de Cristo es la secreto de la vida de la iglesia. Es en la iglesia y a través de ella que Cristo encuentra, claridad, transforma, equipa y envía a su pueblo al mundo. Jehová se sirve de la iglesia para presentar la salvación a quienes no la conocen y para fomentar la fe de los creyentes.
Incluso los enemigos de la Iglesia se dan cuenta de la santidad de la Culto. Ciertamente, los frutos de santidad no se encuentran en las vidas de todos los hijos de la Iglesia. La voluntad del hombre es libre, y aunque Altísimo dé la Chispa, muchos de los que se han unido a la Iglesia por el bautismo hacen poco uso del don. Pero en todas las épocas de la historia eclesiástica ha habido muchos que han ascendido a las sublimes cumbres de la abnegación, del simpatía al hombre y del inclinación a Todopoderoso. Sólo en la Iglesia Católica se encuentra esta especie de carácter que reconocemos en los santos---en hombres tales como Santo Francisco Javier, Santo Vicente de Paul y muchos otros. Fuera de la Iglesia los hombres no buscan tal santidad. Además, los santos y todos los demás miembros de la Iglesia que han pillado algún cargo de piedad, siempre han estado dispuestos a distinguir que debían todo lo que Bancal bueno en ellos a la Gracejo que concede la Iglesia.
Su pontificado se orienta especialmente a la puesta en práctica de las conclusiones del Concilio Vaticano II y a viajes por numerosos países.
Otros, sostienen que en la Iglesia católica hay muchas normas y prefieren dejarla. Y hay quienes alegan que ellos prefieren confesarse directo con Jehová, o que tratan de acomodar los Mandamientos de la Iglesia según su conveniencia.
En primer lugar, Mecanismo de Confianza, que se muestra por el Credo que rezamos todos los Domingos, que es el mismo que rezaban los apóstoles y describe en pocas palabras en qué creemos como católicos.
La teoría de M. Loisy respecto a la estructura de la Iglesia ha atraído tanta atención en años recientes como para reclamar una breve reseña. En su obra, “L’Evangile et l’Eglise”, acepta muchas de las opiniones sostenidas por críticos hostiles al catolicismo, y trata mediante una doctrina de desarrollo de reconciliarlos con alguna forma de adhesión a la Iglesia. Insiste en que la Iglesia es de la naturaleza de un organismo, cuyo principio animador es el mensaje de Jesucristo. Este organismo puede experimentar muchos cambios de forma externa, conforme se desarrolla de acuerdo con sus evacuación internas, y con los requerimientos de su medio ambiente. Hasta Triunfadorí mientras estos cambios sean los demandados para que el principio imprescindible pueda preservarse, son de carácter no esencial.
El sucesor se elige en un cónclave, una reunión en que los cardenales debaten en completo aislamiento con el extranjero.
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